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Esta querida hermandad fundada inicialmente con el nombre de “Judíos Discípulos de San Juan”, da culto a su titular “SAN JUAN EL EVANGELISTA”,  que según la tradición fue distinguido como “el discípulo amado de Jesús“ o también “el discípulo predilecto”, conocido como “el Divino”, nació en Galilea, en una familia de pescadores, hijo de Zebedeo hermano de Santiago el Mayor, participó en la Ultima Cena, (CF Juan 13, 21) se encuentra a los pies de la Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7).


Estando un día con su hermano Santiago junto con sus amigos Simón y Andrés, remendando las redes a la orilla del lago, pasó Jesús y les dijo: “Vengan conmigo y los haré pescadores de almas”. Inmediatamente, dejando a su padre y a su empresa pequeña, se fue con Cristo a dedicarse para siempre y  por completo a extender el Reino de Dios.


El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, que significa “hijos del trueno” (Lucas 9, 54). Y esto se debió a que un día fueron los apóstoles a pedir hospedaje en un pueblo de samaritanos (que odiaban a los judíos) y nadie les quiso proporcionar nada. Entonces estos dos hermanos, que eran violentos, le propusieron a Jesús que les mandara a aquellos maleducados samaritanos alguno de los rayos que tenía desocupados por allá en las nubes. Jesús tuvo que regañarlos porque no habían comprendido todavía que Él no había venido a hacer daño a ninguno, sino a tratar de salvar a cuantos más pudiera.


Más tarde, estos dos hermanos tan vanidosos y malgeniados, cuando reciban el Espíritu Santo, se volverán humildes y sumamente amables y bondadosos.


Juan evangelista formó parte, junto con Pedro y Santiago, del pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus más grandes milagros. Los tres estuvieron presentes en la Transfiguración y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo. Los tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos. San Juan junto con Pedro fueron encargados por Jesús de preparar la Última Cena de la última Pascua y, durante la celebración de la misma, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, Pedro formuló la pregunta sobre el nombre del discípulo que habría de traicionarle, siendo a Juan a quien Jesús indicó el nombre.


Es creencia general la de que era Juan aquel “otro discípulo” que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. “Mujer, he ahí a tu hijo”, murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. “He ahí a tu madre”, le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso cuidado de su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla, servirla y cuidarla en persona. Juan, para cumplir el mandato de Jesús en la cruz, se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella se fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa muerte.


Cuando María Magdalena trajo la noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, el domingo de la resurrección, fue el primero de los apóstoles en llegar al sepulcro vacío de Jesús. Se fue corriendo con Pedro (al oír la noticia de que el sepulcro estaba vacío), vieron y creyeron que Jesús había resucitado.


Después de la resurrección de Cristo, cuando la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en darse cuenta de que el que estaba en la orilla era Jesús. Luego Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan: “¿Y éste qué será?”. Jesús le respondió: “Y si yo quiero que se quede hasta que yo venga, a ti qué?”. Con esto algunos creyeron que el Señor había anunciado que Juan no moriría. Pero lo que anunció fue que se quedaría vivo por bastante tiempo, hasta que el reinado de Cristo se hubiera extendido mucho. Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás, siendo éste el único de los Apóstoles que no murió martirizado.


Después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, Juan iba con Pedro un día hacia el templo y un pobre paralítico les pidió limosa, ellos en cambio le dieron la curación instantánea de su enfermedad.


Con este milagro se convirtieron cinco mil personas, pero los apóstoles fueron llevados al tribunal supremo de los judíos que les prohibió hablar de Jesucristo.


Pedro y Juan les respondieron: “Tenemos que obedecer a Dios, antes que a los hombres”. Los encarcelaron, pero un ángel llegó y los liberó, aunque de nuevo los hicieron presos y les dieron 39 azotes a cada uno. Ellos salieron muy contentos de haber tenido el honor de sufrir esta afrenta por amor al Señor Jesús y siguieron predicando por todas partes.


El emperador Dominiciano quiso matar al apóstol San Juan y lo hizo echar en una olla de aceite hirviente, pero él salió de allá más joven y más sano de lo que había entrado, entonces fue desterrado de la isla de Patmos, donde fue escrito el Apocalipsis. Después volvió otra vez a Éfeso donde escribió el Evangelio según San Juan El Apóstol San Juan escribió tres epístolas: a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores.


Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor del cuarto Evangelio.


Dice San Jerónimo que cuando San Juan era ya muy anciano se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía siempre era esto: “hermanos, ámense los unos a otros”. Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo y respondió: “es que ese es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura “.


San Epifanio dice que San Juan murió hacia el año cien, a los 94 años de edad. Poco antes había ido a un monte tenebroso a convertir a un discípulo suyo que se había vuelto guerrillero y logró convertirlo volviéndolo bueno otra vez.


Dicen los antiguos escritores que amaba mucho a todos, pero que les tenía especial temor a los herejes porque ellos con sus errores pierden muchas almas.


El arte tiende a representar a San Juan como una persona suave y joven y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba, habitualmente con ropajes en colores rojo y verde, (ROJO indica gran pasión y sensibilidad en sus relaciones afectivas y haberes, el color VERDE confianza y fidelidad, crecimiento, madurez y serenidad) y con un águila al lado porque es el escritor de la Biblia que se ha elevado a más grandes alturas de espiritualidad con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados
pensamientos como su evangelio.


Es necesario recuperar el espíritu de San Juan como un maestro modelo. El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús y, precisamente por eso, ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún otro, el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no es suficiente con seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también vivir con él y como él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad y hermandad.


Francisco M Albalá Cruz
TESORERO

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